Versión 3.0

Gon

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Tengo una amiga a la que la vida le dio un zasca hace tres meses. A Leire le vino de sopetón el tema y se quedó compuesta y sin novio. Literal y en sentido figurado. Así que de golpe y porrazo se le cayó la idea de vida que tenía montada; se evaporó y, de un día para otro, los planes que estaban sobre la mesa para los próximos meses o años, desaparecieron del horizonte ¡Pumba! A freír espárragos.

A todos nos ha pasado alguna vez. Viene la vida y te trastoca los planes sin tener en cuenta todo el tiempo que llevas tú currándotelos. Será perra la tía.

El caso es que mi amiga se quedó al principio descolocada, como a un niño al que le están ofreciendo un caramelo y de pronto se lo quitan de la boca. Mirando alrededor y preguntándose ¿qué coño ha pasado?

Luego vino el momento montaña rusa; con días mejores y peores, con una bomba de sensaciones y sentimientos. Un día arriba. Otro abajo.

La cosa es que ella, no sé muy bien en qué momento, ha decidido surfear la ola. Pisar el acelerador y darle candela al coche que llevaba un tiempo parado en el STOP. Y, además, ha decidido aprovechar el momento para hacerle una ITV al vehículo. Actualizarse. Quitar aquello de ella misma que ya no le vale. Renovar el software, como ella dice.

Digo yo que habrá pensado, “ya que me toca recolocarme, vamos a darle un repaso al tema a ver cómo andan las cosas”. Y lo está haciendo: abriendo puertas y ventanas, sacudiendo alfombras. Dejando que la luz entre a esos recovecos oscuros que siempre dejamos en penumbra por comodidad (no sea que me duela lo que veo). Y en ocasiones, incluso, dando la bienvenida a la tristeza, porque me cuenta, que así se acuna a ella misma, se cuida.

De pronto, en vez de mirar para afuera, ha girado el espejo y se está viendo por dentro. Ya llevaba un tiempo en ello pero ha aprovechado el tirón del descalabro para darse un repaso y pasar de pantalla. Porque esta amiga mía empieza a ver la vida como un videojuego en el que se nos van poniendo retos para desarrollar aprendizajes.

El menester no es cosa chica, oiga. Que lo que solemos hacer es meter la caca debajo de la alfombra y cerrar las heridas en falso. Que no lo veo, pues no está. Lo hacemos todos. Yo la primera, y luego, ya sabéis, viene Paco con la rebaja. Pero ella no. No, por lo menos, está vez.

Ella está cambiando el software. Pasando de Leire 2.0 a Leire 3.0. Ella está ahí, en la pantalla del videojuego, viendo con cierta distancia cuál es el reto, sintiéndose sin juzgarse (bendita postura vital) e intentando saber cuál es la clave para pasar de pantalla. Que todavía no sabe muy bien (tirando de Mario Bros) si tiene que comerse un champiñón mágico para acceder a una ventana que no llega o si hay que hacerse pequeña para entrar por la puerta de un castillo. Ahí anda ella, jugando la partida.

Y sí, la vida es a veces desconcertante. Te deja de vuelta y media. Te pone del revés.  A prueba. Y toca elegir camino. Y lo digo yo hoy, desde una aparente tranquilidad. Aparente, porque no sé qué me pasará mañana; que puede venirme la vuelta de tuerca y que me quede yo ahí, plantadita, sin saber muy bien qué ha pasado y para dónde tirar.

Vendrá, seguro, porque la vida es así. Y en ese momento, espero acordarme de ella, de cómo está capeando el temporal. A días arriba, a días abajo. Permitiéndose sentirse. Acordarme de cómo mira a la pantalla del videojuego pensando, y ahora, ¿cómo paso a la próxima pantalla?

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