Mi hermano cambia de color

Mi hermano cambia de color

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Tengo un hermano que cambia de color. Hoy le he llamado para ver qué tal estaba y me ha dicho: “bien, hoy estoy más morado”.

Resulta que mi hermano el otro día estaba dando un paseo en bici, le metió ganas al tema y terminó saliéndose del camino trazado y cayendo por un terraplén. Cuando le pregunté cómo había sido la cosa me dijo que ya sabía que se iba a meter un buen leñazo, así que decidió cerrar los ojos y encomendarse a no sé muy bien quién. Y le salió bien.

Entendedme. Le salió bien dentro de lo bien que pueden salir estas cosas. Se le ha roto la nariz y los moratones y brechas que tiene por toda la cara le cambian de color cada día, pero está bien.

Tengo la sensación de que, además de echarle humor al tema, tiene una fortaleza vital que creo que yo ni sospechaba.  Dentro de su vaivén vital, de lo que yo a veces creía que era debilidad, el tío tiene una manera de encajar los golpes de la vida (los literales incluidos) que me está enseñando mucho.

Lo cierto es que llevo un mesecito de traca. A la caída libre de mi hermano se suma que hace un mes despidieron del trabajo a dos compañeros y amigos con los que había compartido mucho. Mucho más que oficina. En la vorágine de mi trabajo que lleva implícito el estrés por contrato, habíamos sido capaces de robarle tiempo al reloj para compartir café y confidencias, para ponernos al día del día a día, para reírnos y jurar en hebreo. Para muchos pequeños placeres que no están en el contrato y que, sin embargo, llenan de sentido tu trabajo.

Una mañana vino un señor con maletín y les dijo que no volvieran al día siguiente.

El torbellino de emociones que se generó desde aquel momento os lo podéis imaginar, una mezcla de tristeza y rabia, de impotencia y sensación de injusticia muy grande.

El caso es que hoy he hablado Olga, una de mis compañeras despedidas. He tenido una se de esas charlas de infusión y pitillo en el sofá que hacen que lo minutos vuelen. Resulta que solo ha pasado un mes de que le dijeran lo de “no venga usted mañana” y a la tía ya se le están poniendo sobre la mesa algunas propuestas interesantes. Me contaba cómo le van llegando nuevas opciones, posibilidades diferentes que están surgiendo ahora. Me ha dado un alegrón impresionante, pero lo mejor, lo mejor de todo, es que está recuperando su vida.

“Había cosas que había dejado de lado y que ahora estoy retomando”, me cuenta. Viejas amistades y aficiones. Un ratico para estar en casa a gusto. Momentos para escaparse con la bici (ten cuidado con los terraplenes, Olga). En fin. Su vida, lo que realmente cuenta; aquello que vamos a recordar o añorar cuando estemos a punto de irnos al otro barrio. Lo intangible. Lo que no se puede ni medir, ni pesar. Las grandes cosas. Los minúsculos regalos de los que está tejida la existencia.

También hablé con Marce, con mi compañero. Tomábamos un café al sol compartiendo el momento, hablando del vértigo de tener tiempo, de los miedos que surgen frente a la incertidumbre y le vi en la mirada algo que llevaba años sin ver: era un brillo especial y mágico. Una emoción a flor de piel que me contaba que estaba más vivo que nunca. Y se lo dije.

Ahora sé que van a encontrar una nueva propuesta vital que les llene. Sé que mi hermano no se va a quedar morado para siempre, y que cuando le mire la próxima vez veré en él una fuerza y un sentido del humor que pocos sabe sacar a pasear en momentos tan duros.

Ahora, con unos días de perspectiva y tiempo lo sé. Aunque para llegar aquí haya tenido que cabalgar un buen puñado de emociones que me han mantenido en la noria dando vueltas como una loca.

Ce la vie. Llegan un buen puñado de golpetones en un periodo breve de tiempo y te hacen tocar tierra de golpe, baremar y recolocarte. Surfear las olas por muy encabronadas que te lleguen. Vamos, que a veces no hay que entender por qué suceden las cosas. A veces la vida, y con tiempo, te va ofreciendo respuestas, si uno sabe digerir el trago, claro.

Hoy volvía a casa agotada del curro. Iba con la bici y el sol se estaba poniendo. Hacía calor (algo no muy usual en mi ciudad), y de pronto,de golpe y porrazo,una bocanada de aire se me ha metido en los pulmones y después de muchos días he tenido una tremenda sensación de paz.

En fin, que como dice la madre de una hermana de alma, ( lease con acento extremeño), bueno está. Pues eso, bienvenida a la vida.