Meditad, malditos, meditad

By maxlkt

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No suelo ser muy asertiva en este espacio. Me gusta dejar la puerta abierta a las infinitas posibilidades, ser respetuosa con el libre  albedrio del personal (aunque luego no lo sea conmigo misma), y sin embargo hoy os imploro:

Meditad, malditos, meditad.

Hacedlo como si se os fuera en ello la vida. Con ahínco. Con ganas. Con fervor. Meditad como si esa fuera la puerta a una vida mejor, porque lo es.

Llevo años meditando. No penséis que por ello soy diestra en la materia. Me asaltan constantes pensamientos cuando me siento en la oscuridad y me dejo abrazar por el silencio. Se me desboca la mente como a todo hijo de vecino: encadeno uno tras otro hasta llegar a un pensamiento que está a años luz del primero de la cadena. Así es la cabeza: trepidante, locuaz, desordenada, incluso, a ratos, histriónica.

Cabalgan los pensamientos y uno casi va detrás…como siguiendo a la mente, a la zaga. Y desde ese pensar desbocado uno arregla y desarregla. Piensa que ordena el mundo, su mundo. Se preocupa en vez de ocuparse. Y salta del pasado al futuro: de lo que ya no tiene remedio a lo que no existe, hasta que queda exhausto, agotado. Y esto supone un gasto energético demasiado alto, además de generar estrés, miedo, expectativas que no llegarán a cumplirse o enganches absurdos al dolor pasado que se perpetúan por los siglos y los siglos. Amén.

Asumámoslo. Le hemos dado demasiado poder a la mente y hemos olvidado las antenas que tenemos colocadas por todo el cuerpo; hemos olvidado sentir.

La mente es un monstruo (si no se sabe gestionar).

Imagina que estás quieto en el mismo lugar pero moviendo tus piernas sin avanzar. Resulta cómico, ¿no? Imagina que estás así cinco horas: mueves tus piernas en el mismo sitio pero sin desplazarte. Y estás agotado. Seguro que te parecería absurdo, ¿no?

Pues así son muchos de nuestros pensamientos. Inútiles. Nos enzarzamos con cuestiones que no tienen solución. Reproducimos una y otra vez el terrible ‘y si…’. Y si hubiera hecho esto o aquello. Nos preocupamos antes, mucho antes de que suceda. Luego no era para tanto. Y si iba a ser, para que preocuparse.

Bla, bla, bla, bla, bla….

Meditad, malditos, meditad.

Acallad la mente. Respirad y abrid el corazón.

Dedicaos solo quince minutos al día. Dedicaos un tiempo. Parad. Echad el freno. Inspirad. Espirad. Notaréis que todo se ralentiza. Que bajan las revoluciones. Que algo poco a poco se acalla.

No será de pronto. Son demasiados años dando de comer a la mente. Al principio se va a rebelar. No os lo va a poner fácil. Os sentareis y en la oscuridad vendrán a vuestra cabeza miles de cosas interesantes que justo, ¡oh, casualidad!, os apetece hacer en ese preciso instante.

No desistáis. Esto, como todo en la vida, requiere de entrenamiento. Inspirad, espirad. Relajad la mente. Ved que ocurre cuando uno deja de concatenar pensamiento tras pensamiento. Asombraos sintiendo el cuerpo: todo lo que es capaz de contaros cuando sabéis escucharle. Sed valientes al observar vuestras emociones, que surgirán de un lugar soterrado, de una trastienda del alma que ni siquiera sabíais que existía.

Meditad, malditos, meditad.

Sentaos y simplemente, respirad. Y observad. Solo eso. Parece sencillo, ¿no?

Lo que hay al otro lado no os lo puedo contar. Tendréis que descubrirlo solitos. Solo os voy a decir ( y que no suene a anuncio de coches) que os puede cambiar la vida, ¿ Apetece?

(r)evolución

Gon

Gon

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Creo que me va tocando ya librar mi gran batalla. Y no os penséis que hablo de acabar con las grandes injusticias de este mundo, ni de derribar los muros y las fronteras que nos quitan y dan privilegios dependiendo del lado en el que se nazca.

Hablo de librar mi propia batalla. La que está dentro. La que todos libramos día a día, muchas veces sin siquiera saberlo. Hablo de la lucha del alma. La lucha por soltar lastre y librarnos de los miedos. Los grandes y pequeños. Los invisibles. Los que aprendimos o nos inocularon cuando éramos pequeño. Los miedos que nos anclan a nuestra zona de confort y al personaje, a la máscara que construimos pensando que así (haciéndonos queribles) nadie nos hará daño.

Son los temores que nos atan a lo estático y lo conocido. A la maneras de movernos sabida.

Y si hay alguien que está pensando que sugiero  hacer la maleta y subir el Everest, está equivocado. Hoy, por lo menos, mi lucha no es esa. Mi lucha está en quedarme en casa. Sin huir. Mirando hacia mí, hacia dentro, hacia mis monstruos y fantasmas. Hasta que estemos ellos y yo, frente a frente y pueda quererlos.

Porque en esta batalla mía, la que se libra en el corazón, una lucha contra uno misma. Y cuando encuentra una villana, un loca, una psicópata o una asesina en potencia, se está encontrando a sí misma. Y no puede matar a una parte de sí. No puede negarla, porque la hace más fuerte.

Solo nos queda abrazarla/abrazarse. Ser compasivo con esa parte que odia a la vecina del quinto, con la que se sulfura con su jefe, con la que envidia a su amiga. Solo nos queda abrazar esa parte nuestra que tanto odiamos.

No es fácil hacerlo. Por eso huimos fuera constantemente. Porque no es fácil mirar hacia los bajos fondos de uno mismo y reconocerse en aquello que está fuera de lo que, día a día, intentamos mostrar a los demás. Es más fácil librar fuera las batallas, elegir un ser detestable y cargar las tintas contra él. “Seguro que es malnacido tiene la culpa de todas mis penurias”. Valga un político, por ejemplo.

Y entendedme. No se trata de olvidarse del mundo y de las miserias de las que está sembrado. No se trata de mirar hacia otro lado. Se trata de sanar, de curarse a una misma para poder aportar al mundo algo más que nuestra propia tristeza, ira o miedo.

Y, sinceramente, cada vez estoy más convencida de que es la única manera de hacerlo.

Si vamos a la batalla con el corazón lleno de rencor, solo sembraremos más rencor.

Si va lleno de odio, solo habrá más odio.

Si tenemos miedo, a la larga llegará más miedo.

Lo hemos intentado muchas veces. Una y otra vez durante la historia. Hemos intentado construir algo nuevo; una sociedad más justa, equitativa y equilibrada, pero a esa batalla hemos llevado nuestro miedo, odio y rencor. Intentamos construir algo nuevo con viejos parámetros. Un nuevo mundo con unas viejas instrucciones. Y sigue fallando. Seguimos una y otra vez tropezando con la misma piedra. Una y otra vez.

No podemos salvar el mundo sin antes salvarnos a nosotros mismos. Estamos haciendo mal el camino, de fuera hacia dentro. Pensamos que si sanamos fuera, lo que dentro está atenazado se liberará. Pero no va así el tema. Eso ya lo intentamos.

La revolución vendrá de dentro. De cada uno de nuestras almas libres. Revolucionaremos cuando evolucionemos. Por eso hoy quiero invitaros a miraros dentro.

Y ahí sí,  ahí quizá volvamos fuera a librar otras luchas en las que no volcar nuestros miedos. Y, quien sabe. Puede que acaben las grandes injusticias del mundo o puede que ya no necesitemos derribar muros o quitar fronteras, porque no nos haga falta ya ni construirlos.

La llave dinamométrica

 

Ment by Narva

Ment by Narva

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Tengo una gran noticia que daros: ¡he encontrado la cura a todos mis males! Se acabó el sufrimiento, el dolor, los quebraderos de cabeza. Al fin, ¡felicidad!

Tantos años meditando, tanto tiempo buscando la piedra filosofal que todo lo convierte todo en oro, tanta energía gastada en consultas y en cursillos y resulta que era mucho más sencillo; solo necesitaba una herramienta.

Sí, la razón de mi esperanza no es otra que una llave, más concretamente, una llave dinamométrica.

Estoy convencida de que me va a cambiar la vida.

Os explico. Resulta que esta llave es la repera. Tiene un mecanismo por el cual cuando se alcanza el momento de torsión adecuado, ni más ni menos, ni menos ni más, la tía va y se para. No te deja seguir. Sin más. Se para y punto.

He estado investigando sobre este fantástico y asombroso mundo y resulta que hay varias modalidades. La cualidad principal y primordial es que ninguna llave dinamométrica te deja seguir. Algunas de ellas, incluso, te mandan una señal de STOP. Puede ser una señal táctil, a modo de vibración, o una señal acústica, vamos, un pitido.

Sea cual fuere el lenguaje que utilice la llave, el mensaje es claro: PARA o te vas a pasar de rosca. Así de sencillo.

Ahora que he descubierto las ventajas y las virtudes de este fabuloso hallazgo he decidido que me voy a comprar una y me la voy a poner en la cabeza. Sí, en la cabeza. Está claro para qué, ¿no? El objetivo es parar mis pensamientos.

Me sobran. Me sobran pensamientos por todas partes. Tengo para dar y regalar, para venderlos en el mercadillo. Si pongo un chiringuito me forro. Pienso demasiado. Pienso a todas horas. Desde que me levanto de buena mañana, hasta que me acuesto agotada (en parte por darle tantas vueltas al coco).

A ver, entendedme, no es que pensar en sí, sea malo, pero el “pienso, luego existo” de Descartes está sobrevalorado. Yo diría que puede ser incluso nocivo.

El problema es que la mayoría de las veces lo que pensamos no nos sirve para nada. No son pensamientos útiles, no nos van a ayudar en el día a día. No van a resolver un problema. Aunque no me atrevería a dar un porcentaje general, sí que puedo hablaros de mí, y en mi caso el 80% de los pensamientos que tengo al día son COMPLETAMENTE prescindibles.

Muchos tienen que ver con el pasado. Con lo hice o dejé de hacer. Y creo que es una dinámica generalizada, o ¿qué levante la mano el que no haya tirado alguna vez del recurrente “y  si”?

Y si hubiera dicho esto, en vez de lo otro… Y si hubiera rectificado a tiempo…Y si hubiera pedido perdón…y si…y si…y si…La cabeza como un bombo y a punto de estallar en mil pedazos y nada del día a día ha cambiado. El “y si” es una tortura y, además, es poco útil. No volverá a ser. Ya pasó. Es pasado. No tiene ningún sentido que sigamos dándole vueltas. Para lo único que es útil es para aprender y no volver a tropezar con la misma piedra.

En nuestro derroche pensativo el pasado es muy recurrente, pero el futuro no se queda atrás. Lo de proyectar constantemente también se nos da de vicio. Que si esto, que si lo otro. Que si fuera así sería feliz; que si hiciera esto sería formidable.

Pensar en el futuro mola, y es útil porque nos puede dar dirección y rumbo, pero también puede convertirse en una tortura y nos puede frustrar una y otra vez si las metas están demasiado lejos o son difíciles de alcanzar. Y eso, lo de poner metas que se nos van de madre es algo muy anclado en una sociedad que nos ha inoculado el virus “yo quiero más”  o del “yo quiero diferente”.

¿Cuántas veces hemos matado al jefe en pensamientos? ¿Cuántas hemos vuelto al pasado a ponerles los puntos sobres las íes a aquel fanfarrón? ¿Cuántas hemos estado en las islas Seychelles con nuestro décimo de la lotería guardadito a buen recaudo tomando un daiquiri bajo un cocotero?

Y mientras la vida pasa.  Y quizá mientras pensamos en aquel fanfarrón impresentable sucede delante de nuestras narices uno de esos momentos mágicos que en ocasiones nos regala la vida y que somos incapaces de ver porque estamos demasiado ocupados dándole vueltas al coco.

Pensar no es malo. Es maravilloso si la herramienta se utiliza bien. El problema es que no la estamos usando como debiéramos.

Si uno se toca constantemente la oreja sin que le pique o sin que haya necesidad para ello, decimos que es un tic, pero ¿qué pasa cuando uno tiene pensamientos que se repiten una y otra vez y no nos llevan a otro sitio que no sea un callejón sin salida?

Tenemos muchos tics mentales. Pensamientos que se repiten día tras día y que nos comen mucha energía y tiempo. Pensamientos que nos tienen distraídos mientras la vida pasa por delante de unos ojos que están en otro sitio, saltando entre un pasado que no se puede cambiar y un futuro en ocasiones imposible de alcanzar.

Y mientras pasa la vida.

Yo me planto. Voy a hacer caso a mi padre, que dice que pienso mucho y que fue quien me recomendó la llave dinamométrica. Mañana mismito me compro una, me la pongo en la cabeza y echo el ancla al presente.

P.D: Si alguno más se apunta, que me lo diga, que igual con una pedido grande nos hacen descuento.