A brillar se ha dicho

By Iruñako

¿Quieres que te lo cuente? Pincha aquí

Lo había leído mil veces. Muchas. Me parecía un texto precioso. Lo entendía, lo compartía, pero no lo sentía. No me había atravesado el cuerpo a golpe de escalofrío. Ahora sí.

Hablo de un texto de Marianne Williamson que utilizó en su día Mandela y que defiende que lo que más miedo nos da en la vida es nuestra propia luz; brillar.

Y es cierto. Nos atemoriza. Nos da pánico situarnos en el espacio que nos corresponde, en el lugar al que hemos venido a estar. Nos atemoriza, en parte, porque eso implica hacerse cargo al cien por cien de lo que es nuestro. De lo mío.

Hacerse cargo de uno mismo supone asumirlo todo: lo acertado y lo desatinado de nuestra vida. Lo certero, sí, pero también los pisotones que vamos dando en ocasiones a los que caminan a nuestro lado. Nos cuesta tanto lo uno, como lo otro. Hay quien rehúye sus aciertos y progresos. A veces por inseguridad o por una excesiva autoexigencia y deja pasar la oportunidad de felicitarse por lo bien que lo ha hecho.

Pero, sin duda, lo que más nos cuesta es aceptar los errores. Ahí somos maestros en poner a tope el esparcidor de mierda (leáse responsabilidades, culpas y disculpas) y marcharnos de rositas como si el tema no fuera con nosotros.

Ver la basura que uno lleva a cuestas no es cómodo. Nunca lo ha sido.

Asumir el 100%. Esa es la cosa. Sabiendo que cada gesto o pensamiento; todo lo que hacemos y decimos tiene una consecuencia y genera una onda de energía que le mandamos al universo. Y todo vuelve. Todo tiene una reacción.

Hacerse cargo, sin ponerse medallas y liberándose de la culpa, no es cosa fácil. Cuesta. Así que nos pasamos gran parte de la vida diseñando vericuetos mentales, trampas y laberintos en los que perder el tiempo, jugando, y si querer afrontar nuestro camino, siendo niños.

Y, sin embargo, la vida aprieta. Empuja. Nos va poniendo en situaciones incómodas para que sigamos andando. Nos enfrenta a aquello que nos va a hacer aprender para, finalmente, brillar.

En ocasiones no lo hacemos por no incomodar. Al que está al lado igual la cosa no le gusta. Dice Marianne Williamson que ‘no hay nada de sabiduría en encogerse para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras’. Solemos, ocurre, ir de puntillas, no meter mucho ruido. “Mejor que no se me vea, no destacar”.

Flaco favor les hacemos, porque cuando uno se coloca en su lugar, en su espacio, ayuda al resto a hacer lo mismo. Esa luz que brilla contribuye a que el resto encienda la suya propia.

Y flaco favor nos hacemos. Si, como siento, hemos venido aquí a aprender y a compartir, a reconocernos y ser, de la manera más genuina y franca con nosotros mismos, no nos hacemos ningún favor no colocándonos en el lugar que nos corresponde.

Hace poco que he sido consciente del miedo, del pánico que me da brillar. Hace poco que he visto la parafernalia que había montado para no hacerlo. ‘Mejor seguir jugando’, me decía.

Pero ya no. Toca, con amor y dirección, coger el camino. Toca brillar. Algo me lo pide dentro y algo me lo reclama fuera.

Dejar de fumar, hacer más deporte, comer más sano

¿Quieres escucharlo? Pincha aquí.

Tengo que confesaros una cosa. Soy como Dory (el pececillo de ‘Buscando a Nemo’). Tengo una memoria horrorosa. Quienes me conocen pueden dar fe de ello. Ocurre, en ocasiones, que rememoran cosas que nos han pasado y detectan que, aunque asiento con la cabeza (como si supiera de qué están hablando), en mi mente hay una o varias neuronas dando vueltas entre los baúles de recuerdos rebuscando como locas. “¡De qué coño están hablando!- gritan- ¿Y yo andaba por ahí? ¿Seguro?

Ocurre. He llegado a repetir lugar de escapada al mismo sintio (sin recordar que había estado, claro). Leer libros dos veces. En fin. Es lo que hay.

Olvido lo bueno y lo malo. Y eso es lo bueno y lo malo de la historia. No soy especialmente reconrosa porque olvido y lo malo pasa. Pero muchas veces añoro no recordar todas las cosas increíbles que me han pasado en la vida. Toda la gente bonita a la que he conocido. Lo que he ido aprendiendo en el camino.

Acabamos de inaugurar año y, ya sabéis, es época de balance; de mirar atrás y hacer revisión, y al margen de los clásicos de dejar de fumar, hacer más deporte y comer más saludable…hoy me ha atravesado otra imperiosa necesidad: dar las gracias.

Resulta que estaba sentada en el sofá de casa con el ordenador abierto y me he puesto a trastear en las redes sociales. He empezado a echar para atrás: a ver fotos y textos. Canciones compartidas que me han llevado a emociones vividas tiempo atrás. Sutiles tristezas y sonrisas. Amigos. Enfados y declaraciones de intenciones vitales. Cosas que no recordaba. El caso es que sin quererlo, he hecho un breve repaso del año y, antes de que me pudiera dar cuenta, una lagrimilla caía por mi mejilla y el pecho se me inundaba de una enorme gratitud.

No me suele ocurrir, la verdad. Me enfrasco en el día a día, su rutina y con Doña Prisa pegada siempre al culo, lo de detenerme a hacer revisiones para poner en valor el camino recorrido es algo que no me sucede. Pero hoy ha ocurrido. Un poquito. Y ha sido bonito.

Lo que muestro en las redes- evidentemente- son sólo retazos, pinceladas de una historia que llevo años construyendo. Mejor o peor. Con más o menos tino, pero desde hace unos años, con la intención bajo el brazo de aprender de lo que me ocurre. De saborear la hiel y la miel. De meterme de lleno en el cometido; en las encomiendas que la vida me pone. En pasar de pantalla lo mejor que pueda y, a poder ser, disfrutando.

Así que hoy me apetece dar las gracias. GRACIAS.

Gracias a la vida que me ha dado tanto, decías Mercedes Sosa. Pues eso. Lo primero a vida. En la que me cago de vez en cuando porque se pone estrecha y cuesta atravesarla; cuando nos da zascas para que nos pongamos en nuestro sitio o para que aprendamos. Sí, a veces no es fácil, pero es linda, jugona, divertida, estimulante a ratos.

Sí, lo primero a la vida.

Lo segundo, a todas y todos vosotros. A los que, de vez en cuando, me recordáis historias que había olvidado. A quienes camináis a mi lado, a los que os cruzáis de vez en cuando y dejáis poso. A los que me mimáis y me arrancáis una carcajada. Y también, porque no, a quienes me habéis hecho la vida un poco difícil. Aunque no sepa siempre por qué elegí cruzarme con vosotros, sí sé que ha sido para aprender algo. Así que gracias.

Y por último, como no, a mí misma: “muy bien guapa”.

Has llegado hasta aquí con más o menos magulladuras, heridas de guerra y resquemores. Te has caído mil y una veces (y lo que te rondaré morena), pero aquí estás, con muchas y bellas experiencias vividas.

Guardas en la retina miles de momentos irrepetibles y mágicos y cuando cierras los ojos algunos de ellos, vuelven a ti y puedes volver a saborearlos. Gracias por sorprenderme, a veces, y ser valiente.

Y que así siga siendo. Mientras el tic- tac del reloj siga sonando.

 

 

Meditad, malditos, meditad

By maxlkt

¿Quieres escucharlo? Dale al play.

No suelo ser muy asertiva en este espacio. Me gusta dejar la puerta abierta a las infinitas posibilidades, ser respetuosa con el libre  albedrio del personal (aunque luego no lo sea conmigo misma), y sin embargo hoy os imploro:

Meditad, malditos, meditad.

Hacedlo como si se os fuera en ello la vida. Con ahínco. Con ganas. Con fervor. Meditad como si esa fuera la puerta a una vida mejor, porque lo es.

Llevo años meditando. No penséis que por ello soy diestra en la materia. Me asaltan constantes pensamientos cuando me siento en la oscuridad y me dejo abrazar por el silencio. Se me desboca la mente como a todo hijo de vecino: encadeno uno tras otro hasta llegar a un pensamiento que está a años luz del primero de la cadena. Así es la cabeza: trepidante, locuaz, desordenada, incluso, a ratos, histriónica.

Cabalgan los pensamientos y uno casi va detrás…como siguiendo a la mente, a la zaga. Y desde ese pensar desbocado uno arregla y desarregla. Piensa que ordena el mundo, su mundo. Se preocupa en vez de ocuparse. Y salta del pasado al futuro: de lo que ya no tiene remedio a lo que no existe, hasta que queda exhausto, agotado. Y esto supone un gasto energético demasiado alto, además de generar estrés, miedo, expectativas que no llegarán a cumplirse o enganches absurdos al dolor pasado que se perpetúan por los siglos y los siglos. Amén.

Asumámoslo. Le hemos dado demasiado poder a la mente y hemos olvidado las antenas que tenemos colocadas por todo el cuerpo; hemos olvidado sentir.

La mente es un monstruo (si no se sabe gestionar).

Imagina que estás quieto en el mismo lugar pero moviendo tus piernas sin avanzar. Resulta cómico, ¿no? Imagina que estás así cinco horas: mueves tus piernas en el mismo sitio pero sin desplazarte. Y estás agotado. Seguro que te parecería absurdo, ¿no?

Pues así son muchos de nuestros pensamientos. Inútiles. Nos enzarzamos con cuestiones que no tienen solución. Reproducimos una y otra vez el terrible ‘y si…’. Y si hubiera hecho esto o aquello. Nos preocupamos antes, mucho antes de que suceda. Luego no era para tanto. Y si iba a ser, para que preocuparse.

Bla, bla, bla, bla, bla….

Meditad, malditos, meditad.

Acallad la mente. Respirad y abrid el corazón.

Dedicaos solo quince minutos al día. Dedicaos un tiempo. Parad. Echad el freno. Inspirad. Espirad. Notaréis que todo se ralentiza. Que bajan las revoluciones. Que algo poco a poco se acalla.

No será de pronto. Son demasiados años dando de comer a la mente. Al principio se va a rebelar. No os lo va a poner fácil. Os sentareis y en la oscuridad vendrán a vuestra cabeza miles de cosas interesantes que justo, ¡oh, casualidad!, os apetece hacer en ese preciso instante.

No desistáis. Esto, como todo en la vida, requiere de entrenamiento. Inspirad, espirad. Relajad la mente. Ved que ocurre cuando uno deja de concatenar pensamiento tras pensamiento. Asombraos sintiendo el cuerpo: todo lo que es capaz de contaros cuando sabéis escucharle. Sed valientes al observar vuestras emociones, que surgirán de un lugar soterrado, de una trastienda del alma que ni siquiera sabíais que existía.

Meditad, malditos, meditad.

Sentaos y simplemente, respirad. Y observad. Solo eso. Parece sencillo, ¿no?

Lo que hay al otro lado no os lo puedo contar. Tendréis que descubrirlo solitos. Solo os voy a decir ( y que no suene a anuncio de coches) que os puede cambiar la vida, ¿ Apetece?