Ya viene Paco con la rebaja

Ya viene Paco con la rebaja

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La expresión es de la Pili, vamos, de mi madre. No sé si está muy extendida o no, pero yo la he escuchado miles de trillones de veces saliendo de la boca de mi progenitora (bendita ella) a modo de sabia cuasi sentencia de madre.

El “ya viene Paco con las rebaja” viene a utilizarse cuando una situación o una persona a la que le habíamos atribuido una dimensión desmesurada se termina ajustando a la realidad, o por lo menos eso es lo que yo le entendía siempre a la Pili. Es una de esas frases que las madres sueltan y que equivalen a un sermón de media hora. Llevan implícito un “te lo había dicho”, un “ya sabía yo”, y un “cuando aprenderás”. Vamos, un tres en uno de esos que te quita el hipo de golpe y te deja clavadita a la silla en la que estabas tan a gusto zapándote una de esas magistrales recetas que a ella tan bien le salen, y a la que tú nunca aspirarás porque cuando preguntas la receta todos los ingredientes son a ojo. Y, sinceramente, a mí las pechugas a la naranja a ojo no me salen buenas.

Lo cierto es que no entiendo bien por qué el hombre se llama Paco, ni por qué ahora rebaja lo acontecido. Ni idea, oyes. Lo que sí me queda claro es lo que ella quiere decir. Eso lo tengo requeteclarísimo. Cada cosa tiene su justa dimensión, ni más ni menos, ni menos ni más.

El caso es que llevo unos días topándome con un buen puñado de situaciones en las que la Pili hubiera utilizado la frase, y me he acordado mucho de ella.

Tengo varios amigos que se están topando de bruces con cuentas pendientes en su vida. Son asuntos que están anclados en algún rinconcito del alma y que, de pronto, un día, se despliegan con toda su fuerza.

Hablo, claro, de cuestiones de esas que escuecen. Puede ser una DORA que llevábamos tiempo negando: unas de esas partes más bien feúchas de nuestra personalidad que no nos apetece ver si por asomo. Puede ser también un terrible miedo que nos ha ido llevando por donde le ha dado la gana sin que nos diéramos cuenta. Puede ser una de esas viejas heridas que no curamos bien en su momento y que un día, de pronto, vuelven a abrirse. Y duele, vaya si duele.

Son asuntos por los que podemos pasar de puntillas un tiempo, pero que siguen ahí, latentes, esperando a ser descubiertos, o en su defecto, a desplegarse de golpe y porrazo si nadie les hace ni puñetero caso.

Nos pasa a veces en la vida, que ponemos la atención en lo de fuera. Fijamos la vista en todas esas cosas que nos dicen que nos harán felices. Ponemos empeño, ganas, energía y fuerza en conseguir un piso, un trabajo o unos zapatos fashion último modelo. Miramos hacia fuera y, en ocasiones, nos dejamos llevar por la inercia.

Fijamos la mirada fuera, y no hablo solo de cosas materiales. A veces ponemos la atención es ésta o aquella batalla social. Nos dejamos llevar por los demonios cuando un político sale en la tele o pensamos que seremos más felices cuando consigamos ese sueño que creíamos que iba a llenar un gran vacío.

Miramos constantemente alrededor y se nos olvida, por completo, mantener nuestro interior en orden. Descuidamos nuestras emociones, nuestras necesidades reales, nuestros deseos más profundos.

Y ahí es donde entra Paco.

Viene Paco, rebaja todo lo exterior, hace saltar por los aires una de esas historias del alma a la que no le estábamos haciendo ni caso, y nos pone patas arriba de un plumazo.Y cuando eso ocurre, lo de fuera deja de tener tanta importancia. Por arte de birlibirloque nuestras prioridades exteriores se evaporan y lo de dentro toma una importancia real.

Menudo descuadre.

Si uno ha pasado olímpicamente de sí mismo y se ha dejado diluir por lo externo y por la inercia, estas llamadas de atención del alma, suelen ser bastante aparatosas. Puede aparecer en forma de profunda tristeza, incluso depresión. Pueden ser, incluso, que se manifiesten como una amalgama de mala leche y desorientación.

Resulta, que en lo que habíamos puesto tanta energía, no era para tanto. Resulta que a lo que no le habíamos prestado tanta atención, sí que la tenía.

Llega. Siempre llega. El alma siempre termina llamando a la puerta de uno, y cuando más tiempo pase, con más intensidad se manifiesta lo ignorado. Con más fuerza golpea la puerta. Con más intensidad nos embiste.

Así que, ¡va por la Pili! Quizá antes de que venga Paco con la rebaja, es bueno parar y mirar un poquito cómo estamos y hacia dónde estamos yendo. A veces cuesta, pero una ITV de nuestro interior a tiempo puede evitar un accidente más grande.

Os lo recomienda la Pili y la Dirección General de Tráfico.

Pan blanco

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El otro día fui a la panadería a comprar, como de costumbre, mi hogaza de pan de espelta.

.-Buenos días – dije risueña- un pan de espelta, por favor

.-No me queda (apuntó la dependienta)

.-Buenos, pues uno de centeno (le dije con la sonrisa más desdibujada)…

.- Tampoco hay

.- ¿Multicereal? (la sonrisa había volado)

.- Tienes pan blanco o chapata…

¿¿¿¿¿En serio???? Esta tía me está tomando el pelo.  Así que, con las mismas, cogí la puerta y me fui. Pan blanco, dice la tía…

Asumámoslo: nos cuesta cambiar de hábitos.

No hablo solo, evidentemente, de comprar pan blanco o de espelta, claro. Mi trágico suceso en la panadería es sólo un ejemplo de lo mucho que nos puede llegar a costar salir del camino marcado.

Nos cuesta asumir los cambios. Desde los más pequeños y, a priori, insignificantes, hasta los grandes cambios.  Somos animales de costumbres, y a veces salirnos de la cómoda inercia y del guion nos supone, no sólo una enorme resistencia, sino un cabreo monumental.  El cambio puede llevar  implícito un enorme desgaste físico y emocional (sobre todo si hablamos de un cambio con enjundia).

Moverse fuera de la zona de confort  supone quitar el modo automático y pensar, improvisar, coger las riendas y girar, cambiar de sentido.

Nos cuesta cambiar porque eso nos supone un desgaste, y un reto en muchos casos. Supone abrir nuestra caja de herramientas y buscar alguna llave, algún instrumento que nunca antes habíamos utilizado en la vida.

Nos cuesta, sí, pero es ahí precisamente, fuera de esa zona de confort, donde más aprendemos.

Hace unos meses que “sufrí” un cambio en el trabajo. Lo primero fue la negación: que no, que no, que no…que esto seguro que es reversible; tiene que haber algún modo de dar marcha atrás.

Es el modo enrocado. La resistencia que ponemos a los cambios suele ser consecuencia de nuestro miedo. Miedo a lo desconocido. Miedo a no saber hacer. Miedo a fracasar.

Es el primer paso: la resistencia.

A la resistencia suele sumarse el “por qué a mí”. Te invade una sensación de injusticia y crees que el universo entero está conspirando contra tu persona (como si el universo no tuviera otro pito que tocar).

Tras revolverme como una sanguijuela durante un tiempo (con el consiguiente desgaste físico y emocional) empecé a aceptar que el cambio había llegado para quedarse.

Aceptar implica dejar de luchar, asumir, bajar los brazos. Y cuando uno se relaja, las cosas cambian y fluyen. Lo que en principio era tortura empezó a ser una oportunidad.

En el camino del cambio he ido encontrando recursos que no sospechaba ni que tenía, nuevas maneras de hacer y, sobre todo, un horizonte con muchas más posibilidades.

Parece que nadie, excepto yo misma, estaba conjurando contra mí.

Estos días asisto perpleja y ojiplática a la resistencia al cambio de todo un sistema. Algo se ha movido. Algo, que todavía no tiene una forma del todo definida pero que ya anuncia una manera diferente de hacer las cosas en política. No hablo de unas siglas, ni de una opción, sino de una manera de construir. Era algo que se estaba cocinando a fuego lento, de manera latente, y que empieza a manifestarse.

Veo a muchos asidos con uñas y dientes a una estructura obsoleta que lleva tiempo resquebrajándose por mil grietas. Están  todavía en el modo enrocado: en el “no, no, no, seguro que esto es reversible”

Más les vale empezar a aceptar y subirse a la ola. Lo digo por experiencia. Lo otro, sólo les va a traer más desgaste y muchos disgusto.

Por cierto, ayer hice mi propio pan. A veces hay que mancharse de harina hasta las orejas y hacer lo que todavía no está hecho.