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Entendedme. No es que tenga nada personal contra este señor, que en paz descanse (o que descanse criogenizado, como él guste), pero tela. Tela marinera.
Hemos crecido pensando:
1.- Que somos princesas
2.- Que nuestra historia de amor está llena de percances insalvables, brujas malvadas, manzanas con veneno, escollos, trabas, trampas…y esto entronca con la tercera)
3.-…pero que nuestro amor todo lo puede y al final, a pesar de los pesares, seremos felices para siempre.
4.- Que nos casaremos, tendremos niños y comeremos perdices.
Vaya por delante, Señor Disney, que a mí no me gustan las perdices, pero, dejando la anécdota culinaria a un lado ¡en qué estaba usted pensando!
Durante años hemos ido interiorizando, en un goteo constante a modo de películas (y otros muchos formatos y canales), una idea errónea de cómo tiene que ser una relación. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Ni en fondo, ni en forma. Lo de la forma está claro. Nada de un cazador que se enamora de un príncipe o una bruja de un sapo. Nada de irse juntos con las mochilas a recorrer mundo. Nada de amar los defectos del otro (porque son perfectos). Nada que se salga del tradicional chico conoce chica, se enamoran locamente, se casan y tienen bellos y rollizos churumbeles… (y otra vez el plato de perdices.)
Pero y el fondo. ¿Qué nos estaba diciendo el señor Walt Disney? Pues nos decía: mira, reina, espera cien años dormida agarrando entre las manos una rosa a que venga un maromo vestido con mallas azules a plantarte un beso con el que despiertes de tu letargo y vuelvas a la vida. Insisto. Tela.
Y creedme. El daño está hecho. Y una, que se piensa y siente progre, liberada de las cadenas que han subyugado a nuestras madres, abuelas y antecesoras en general…un día se sorprende diciéndole a su pareja: “pero es que TIENE que ser así”.
Y ese TIENE lleva implícita, escondida, la huella de Walt Disney. Si una escarba un poco, la encuentra.
Está claro que ya no esperamos al príncipe azul que llega con elcorcel a salvarnos de la torre. Pero todavía perviven algunos de los patrones, las viejas ideas de cómo tiene que ser una relación de pareja. Se escapan de vez en cuando detrás de un “hombre, pero eso es de sentido común” o un “no se da cuenta de que así no se hacen las cosas”.
Detrás, si miras detrás, está él: el señor Disney.
Y si esas ideas no se flexibilizan, o- directamente- se disuelven, corremos el riesgo de no ser felices. De buscar una y otra vez una media naranja que nos prometieron y no existe. De perseguir una relación “perfecta” en la que no tengamos ni que decir las cosas porque al otro, con mirarnos a los ojos, le basta.
La naranja ya está completa: somos cada una de nosotras y nosotros y más nos vale aceptar que ni nosotros, ni nuestra pareja, ni nuestra relación es “perfecta”.
Y, además, sino, que soberano aburrimiento ¿no? (por mucho que lo diga Walt Disney)
Walt Disney hizo una parte, pero nuestra tendencia a quererlo todo perfecto, hizo el resto. Así que, ya que la vida es perfectamente imperfecta……amemos lo imperfecto!!!!!!
Disney es culpable de la idealización de las relaciones, esa bestia, esa rana que se vuelve principe porque si se queda como cuasimodo calabazas. Ver esa belleza interior para después convertirse en belleza y todos felices.
Como comentas lo mejor aceptarse y quererse mucho. Tu perfecta relación onanismos aparte eres tu mismo.
Felicidades por el podcast. Preciosa voz.
Gracias José! Me alegro de que te haya gustado!