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Me llama el otoño para dentro como si una mano que surge de mis entrañas me agarrase del pescuezo y tirara para abajo. Toca replegarse, señores y señoras. Toca volver a casa.
Dicen la luz artificial y los horarios de apertura del súper y el reloj que nada ha cambiado respecto al verano. Dicen que el ritmo es el mismo, que no hay que bajar la guardia ni la intensidad. El paso que nos marcan, y que hemos hecho nuestro, se mantiene al mismo tempo. Tic tac, tic tac. Infinito y puntual.
Y, sin embargo, yo miro por la ventana y la vida languidece. Otoñean las plantas de mi terraza y los árboles del parque. Los verdes ahora son rojos y marrones. La vida se va consumiendo y se vuelve introspectiva.
Y yo también otoñeo. Quisiera hibernar y despertar en marzo. Me invade una textura de desaceleración y sueño. Me abraza la casa como si no me quisiera soltar y mi tempo tiene más que ver con la respiración de la siesta de mi gata en el sofá que con una marcha militar.
También me vuelvo más rojiza y marrón. Más tristona o nostálgica, si prefieren. Llega el frío y la lluvia, y es mejor que azoten al otro lado del cristal. Salir a la calle puede llegar a convertirse, a días, en toda una proeza.
Ya no replegamos como antes. Lo dicho, la luz eléctrica nos mantiene con los ojos abiertos hasta que a una le da la real gana de apagarla, pero el cuerpo pide tregua. O por lo menos el mío.
En algún momento nos desconectamos de los ciclos. En algún momento dejamos de fluir con el ritmo que marcan los bosques y los campos. La época de siembra y de cosecha. En algún momento dejamos el cambio de estaciones fuera del bullicio de la ciudad y le dimos la espalda para seguir viviendo a todo trapo. Y luego estamos agotados.
Dejar que el otoño le atraviese a una y volver a casa, se vuelve necesario estos días. El ciclo manda que toca retirase a los aposentos y hacerlo, además, en todos los sentidos.
Casear en plantuflas y ropa vieja. Detenerse. Parar. Hacerlo, para más inri, en una sociedad en la que ir a toda pastilla es aplaudido y valorado. Volver al hogar y también volver a la casa que alberga nuestra piel. Mirar para dentro y ver qué nos cuentan nuestras propias sombras. En mi la luz y las tinieblas.
Oscurece fuera; oscurece dentro y, si se sabe aprovechar esa suave inercia natural, una puede ver cómo está la casa: qué hay viejo que ya no sirve, qué no está en su sitio, qué falta y se anhela. Coger la suave ola que lleva hacia dentro para, siendo honesta, escucharme.
Yo ya he empezado a hacerme bicho-bola. Me recojo sobre mi misma como un calcetín doblado hacia dentro. Me miro el ombligo y sus lindezas y aprovecho para preguntarme qué quiero en mi vida, qué semilla plantaré este invierno para que florezca en primavera.
A mí me apetece otoñear este año. Si alguien quiere probarlo que cierre los ojos y toque primero la textura de esta estación: la humedad que huele a tierra mojada, el viento que todavía no es del todo frío, la sensación de calidez al llegar a casa y quitarse las botas, la noche que cae con sigilo y cierra pronto todas las ventanas.
Llega el otoño y yo me repliego. Si me apuran, volvemos a vernos en primavera.
La luz dorada del otoño te envuelve,..su halo te rodea y te embellece y magnifica…Toda tú eres explendida, como los colores que están a nuestro alrededor…
por dentro…y por fuera.TQ
Jajjajja! Gracias ama…No se nota nada que eres mi madre…Te quiero!
Precioso, y muy cierto. Gracias por recordarmelo ?