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Y ahí estaba Frodo Bolsón. Tumbado en una hamaca en la playa de Benidorm. Acercándose a ratos a la línea en la que el mar lame la playa, para dejarse acariciar por las olas los dedillos de sus enormes pies. La felicidad tenía un nombre, Benidorm.
Lejos quedaban las minas de Moria, lejos estaban la puerta negra y las Minas de Morgol. Lejos quedaba el Monte del Destino. Lejos estaba la Tierra Media.
Inspiró con fuerza y dejó que el aire fresco, empapado de salitre y algas, le invadiera. Y poco a poco, como si le silbara al viento, dejó que el aire saliera de sus pulmones. Por primera vez en su vida se sentía pleno. Lleno de vida.
Fue aquel momento, antes de llegar a Mordor, cuando decidió rendirse. Más de 2000 kilómetros recorridos. Tantas y tantas veces había visto su vida y la de sus amigos en peligro. Habían sido tantas las aventuras y los miedos atravesados. Pero fue en aquel preciso instante, en ese mismo y precioso momento, en el que se abandonó a la posibilidad de no ser él quien destruyera el anillo. De no ser él quien salvara a la Tierra Media de la amenaza de Sauron.
Se asomó al abismo del fracaso. Lo paladeó y soltó la pesada encomienda. La Tierra Media ya no estaba en sus manos.
Entonces, vio pasar frente a él a todos y cada uno de los seres- que pensó- se sentirían profundamente decepcionados con su abandono de la misión. Vio a Gandalf. Y, sin embargo, y en contra de lo que él había pensado, descubrió ternura en la mirada del mago. Vio a la gente de la Comarca y, en contra de lo que Frodo pensaba, su comunidad le devolvió una enorme sonrisa de gratitud por haberlo intentado. Finalmente, evocó a Sam, su amigo Sam, y en su cara descubrió el reflejo de una complicidad compartida, del camino recorrido juntos. Miró a Sam a los ojos y Sam le devolvió un ‘todo está bien, compañero’.
La decisión ya estaba tomada, pero aquellas miradas, sin juicio, le hicieron llenar su corazón de alegría.
Buscó la cadena que colgaba del cuello. De ella pendía el anillo y destino de la Tierra Media y se la dio a Sam.
.- Abandono- le dijo. Y con las mismas, dio media vuelta y emprendió el camino a casa.
Esta misión te ha sido encomendada- le habían dicho al inicio del viaje-, si tú no encuentras la salvación, nadie lo hará.
Se equivocaban. Frodo encontró la salvación en aquel gesto: el de rendirse.
Lo encontró en bajar la cabeza y claudicar. Lo encontró en dejar de luchar con todos y con todo (incluido el terrible poder que albergaba el propio anillo). Frodo encontró la salvación al bajar los brazos y reconocer, sencilla y llanamente, que no podía.
El viaje, el anillo…la encomienda, le estaban consumiendo y él no podía más. Nunca lo imaginó al decir en Rivendell: ‘Yo lo llevo’, y dar un paso al frente. Pero así fue. No pudo.
Rendirse, claudicar, darse media vuelta y emprender el camino de vuelta, no sólo le liberó, sino que le dio una infinita paz. Le invadió de golpe, y se extendió por todas las células de su cuerpo, por cada recoveco de su alma. Por fin respiraba a la vida.
A partir de ahí la cosa fue rodada. Habiéndose quitado el yugo de salvar la Tierra Media, le quedó un montón de tiempo libre para hacer lo que más le gustaba: escribir, bailar, tomar cañas con sus amigos y hacer tai chi.
¿Lo de Benidorm? Vino solo. Un día sintió el anhelo de mar y allí se plantó, con su maleta.
Ahora el horizonte le devolvía dos azules contrapuestos que en encontraban en una fina y delgada línea. Ahora, con la brisa marina bailándole los rizos, era feliz.
.- Un daikiri- pidió al camarero del chiringuito.
P.D: Gracias a Jordi Amenós por mostrarme el camino a la rendición y por ayudarme a reescribir mi historia.
Muy bien Naiara…que siempre sepas encontrar la felicidad en tu camino, y que en el camino trillado de tu vida, hay nuevos impulsos que te hagan sentir mejor y mejor cada día…TQ