Lilith, o la mujer que se largó del Paraíso

Iris Morada

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Me imagino la escena: Lilith haciendo las maletas y Adán detrás: “¡Pero mujer!, ¿No entiendes que iguales, iguales…no podemos ser?” Y la mirada fulminante de Lilith a Adán.

.- Aquí te quedas, yo me largo del Paraíso.

Y ahí se quedó Adán. Solo. Plantado. En su Paraíso. Todito para él.

Pero los días pasaron y aquello cada vez se hacía más aburrido y tedioso, así que Adán le pidió a Dios otra mujer, pero esta vez quería una que no diera tanta guerra. Una que partiera en desventaja. “Podría estar bien que saliera de una de mis costillas”, sugirió Adán a Dios.

Y así fue. Dios creó a Eva.

Pero claro, ¿qué pasaba si dejaban a Lilith en paz, viviendo su vida? Se corría el riesgo de que las mujeres no se tragaran el sapo de Eva y prefirieran el arquetipo de Lilith (ande va a parar) así que, ni cortos ni perezosos, decidieron mancillar su nombre. Y qué mejor manera que hacer que Lilith pasara a la historia como una bruja que se zumba a demonios y se dedica a matar bebés por las noches. Ahí ya, puestas a elegir entre Eva y Lilith, la cosa no está tan clara.

Y en esas andamos: intentando desenmarañar la madeja miles de años de después. Que no soy yo muy de Santa Madre Iglesia, pero hay un subconsciente colectivo que, nos guste más o menos, nos determina y pesa. Y claro, a las nuestras: a nuestras madres, abuelas y a las abuelas de sus abuelas etc… les dejaron muy clarito que, o estabas por debajo o eras una mala pécora. La perspectiva desde luego no era nada halagüeña.

Así que sin saberlo hay muchas Lilith con traje de Eva, intentando encajar. No de una manera consciente, sino llevando todo el peso que nos han querido legar: el de una tradición y un sistema que nos aboca a bajar la cabeza, y el de una historia que nos ha borrado, literalmente, de los libros o nos ha puesto detrás de él; del padre o del amantísimo esposo. Y no se trata de cargar las tintas contra ellos. Hay muchos hijos y compañeros de Liliths que intentan ayudarnos a llegar a ese objetivo compartido que no es otro que el ser lo que somos: iguales.

Sé que no os estoy descubriendo la pólvora. Todo esto ya lo sabíais. Está impreso en cada parte del andamiaje de este sistema. Lo veis, los sentís, lo sufrís…muchos días.

Os lo cuento porque el otro día fui a ver un concierto y entre los músicos que estaban sobre el escenario yo conocía a uno. Había escuchado uno de sus discos en Spotify. Me gustaba. Me encantaba. Pero, hasta que no la vi sobre el escenario, pensaba que era un hombre ¡Zasca! En toda la boca. Di por hecho que ella era él. Que la clarinestista era el clarinetista.

Vamos, que de pronto descubrí que, sin ser consciente, yo también me había creído la patraña. Pensaréis que es algo nimio, pero ahí está dentro de mí. Hay una parte de la mentira del  sistema que ha pasado a mi organismo. Me pareció terrible.

Desgajarse del tema no es fácil. No se trata solo de leerse toda la enciclopedia de la perfecta feminista. No solo. Hay que a atreverse a conectar con la mujer salvaje, esa que habita abajo, en nuestro útero y  en nuestro coño. Esa que es libre y ama como tal. La que sabe hacer las cosas a nuestra manera sin tener que hacerlo como los hombres porque piensa que esa es la única posibilidad para ser más visible.

Yo ahí estoy, bajando de vez en cuando. Descubriendo las heridas de guerra que todas portamos por habitar en nuestro cuerpo. Y cuanto más lo hago, cuanto más bajo, más os quiero a todas y más cerca creo estar de mi Lilith, de la mujer a la que no le tembló el pulso a la hora de hacer las maletas y largarse del Paraíso.

PD: Gracias Iris Serrano por ‘prestarme’ una de tus ilustraciones en las que tan tanto me veo y reconozco.