En busca del santo grial

El maestro está dentro/Gon

El maestro está dentro/Gon

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Y allí estábamos, en una pseudo ceremonia mágica, con las manos enlazadas entre 400 desconocidos esperando a que nosequeondasuperpoderosa invadiera nuestro ser y transformara nuestras vidas definitivamente. Así, en un abrir y cerrar de ojos. Por arte de birlibirloque.

En el momento nos pareció buena la idea de coger el coche e irnos a otra ciudad a ver la conferencia multitudinaria de una gurú espiritual para que, en lo que te tomas un café, nos transformara la vida. ¿Por qué no? En los vídeos de youtube parece buena gente- piensas-  seguro que es capaz de sacar la varita mágica y en un golpe de gracia arreglarme.

Pero al rato de estar allí, en plena ceremonia del reseteo mental, no nos pareció tan buena idea. Empezamos a sentir que no encajábamos, que no desprendíamos fe ciega a raudales (como los otros 397 que nos acompañaban en aquella sala de hotel). Nos entró la risa, y evitábamos mirarnos para no estallar, como en el cole. No se trataba de salir linchados por las hordas de seguidores. En fin.

Una vez más, nos habíamos sentido ridículos.

Sí, digo una vez más porque cuando uno entra en el increíble viaje de conocerse a uno mismo para ver de qué pie cojea, suele pecar (o por lo menos ese ha sido mi caso y el de algunos amigos) de buscar a un salvador que le saque de su infierno, le redima de sus pecados y le cambie la vida a la de ya.

Ahí comienza un largo peregrinaje de gurú en gurú, de método en método. Que si esta terapia, que si la otra, que si unas gotas de esto, un masaje de tal o cual, un taller de esto, un curso de aquello…Agotador.

Una búsqueda infinita del santo grial. De algo/alguien que te salve. Un empeño a ratos agotador, a ratos cómico y, muchas veces, injusto. Injusto para uno mismo y para la persona o terapeuta que intenta ayudarte.

Puede ocurrir que coloquemos al terapeuta por encima de nosotros, en una suerte de altar, y que nos quedemos abajo, mirándole con ojos implorantes para que nos saque del hoyo. Yo he tenido la “suerte” de encontrarme terapeutas y maestros que disfrutan e incluso se aprovechan de esa situación de superioridad, aunque la mayoría no la quiere.

Colocarles en esa posición es injusto porque suele venir acompañado de una exigencia brutal hacia la persona. Cuando lo que debía ser un bastón de apoyo se convierte en el único punto de equilibrio, nos creemos con el derecho de pedir aquí y ahora que nos den una receta mágica cuando nos sentimos mal.

Si uno rasca un poco puede ser que encuentre que esa demanda, en realidad, no está orientada al terapeuta, sino a papa y a mamá. Puede ocurrir que nos coloquemos en el niño o niña que todos llevamos dentro, que arrastra en ocasiones viejas heridas, y demanda que se las curen. Y la diana de esa petición, en ocasiones, está equivocada.

No es justo, además, porque cuando el terapeuta (que no deja de ser humano) se equivoca, paga una factura muy cara. Y uno le baja del pedestal de golpe y porrazo. Y se enfada por haberle colocado en un lugar que no le correspondía.

No es justo para la persona que nos apoya, y menos aún para nosotros mismos. Cada vez que ponemos a otra persona por encima de nosotros, y no solo a un terapeuta, cedemos poder. Nos hacemos pequeños, débiles y dejamos en manos de otros la posibilidad de curarnos y cuidarnos a nosotros mismos.

Vaya por delante que apuesto, creo, confío en las terapias. Una de ellas, la terapia de polaridad, ha cambiado mi vida. Así. Sin más. No puedo expresarlo de otra manera. Pero siempre hay un riesgo de caer en esta trampa de delegar nuestro poder y de comenzar una búsqueda si fin de la piedra filosofal.

No es ese el camino.

El santo grial está dentro, es el maestro que somos cada uno de nosotros. Y sí, es cierto que a veces se necesitan apoyos externos que nos ayuden a conectar con esa sabiduría interna, con nuestra vieja; alguien que nos ayude a aparcar el ruido mental, los condicionamientos y los miedos. Pero el apoyo es eso, solo una muleta que nos ayuda a andar cuando lo necesitamos. Las respuestas certeras están dentro y cuanto antes hagamos ese viaje, menos necesitaremos mirar hacia fuera buscándolas.

Es irónico, pero nos pasamos la vida buscando fuera, algo que llevamos dentro incorporado de serie. ¿ Por qué no confiar en encontrarlo?