La Sole

La Sole

Si Sole está conmigo, ¿no estoy sola?

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Hoy quiero hablaros de mi amiga Sole.

Sole es de esas que se presenta sin previo aviso. Ni llama a la puerta. Simplemente aparece sin que nadie la haya invitado. Una pelma, vamos.

No sé hace cuánto ni cómo nos conocimos, aunque la relación viene de largo. Y siempre hace lo mismo: llega, se sienta a mi lado o merodea alrededor de mí mientras ando por casa; permanece un tiempo hasta que decide largarse o consigo esquivarla.

¿Por qué esquivarla? Pues resulta que la Sole es una colega incómoda. Nunca viene sola. Le suele acompañar un nudo en la garganta y un profundo poso de tristeza que se me ancla en los pulmones durante un largo rato. Sole me genera desasosiego y me atrevería a decir que me llega a paralizar, que enciende en mí una alerta anclada en lo más hondo de mi corazón que me inmoviliza.

Es una sensación tangible. Casi la puedo coger con las manos y darle forma. Es densa y siento cómo me impregna. Es como si toda yo estuviera empapada de ella, como si formara parte de mí, como si fuera algo inherente a mi persona.

Porque esta soledad mía es vieja y está dentro. No llega de fuera como un vendaval, sino que asoma las orejillas de lo profundo y me toma: se expande, se esparce y reverbera con cada una de mis células, con una vibración que no es ajena, que mi alma lleva impresa.

Así que cuando aparece, le intento dar esquinazo. A veces  pongo la radio, escucho música o enciendo la tele. Lleno mi cabeza de cosas para hacer o sencillamente las hago. Lleno el tiempo, el vacío y el desasosiego que ella me trae. O lo intento, porque al final son parches que no la esconden, ni la hacen desaparecer. Quizá un ratico, pero no mucho. Sole permanece y siempre vuelve.

Hoy ha llegado y la he intentado evitar tirando de agenda y teléfono, buscando algo o alguien con quien llenar ese vacío. Pero no ha aparecido nada ni nadie.

Así que aquí estamos una vez más la Sole y yo, sentadas en el sofá. Yo escribiendo estas letras en el ordenador, ella mirándome de reojo a ver si le hago caso, pero ¿qué querrá la tía esta?

Supongo que lo de evitarla no da muy buen resultado, porque ella sigue viniendo, así que quizá tengo que hacerle caso pero, ¿cómo?

Abrazar la soledad de una misma no es fácil. A mí me resulta ciertamente incómodo. Me parece un incordio, la verdad. Supongo que ahí está el reto.

La vida es en como un videojuego en el que hay que ir pasando pantallas. Aquello que más nos incomoda, fastidia, duele, aquellos que más nos turba y más desasosiego acarrea siempre entraña un aprendizaje profundo, de alma. En este caso mi soledad es solo la tapa de una caja que me niego a abrir porque me da miedo. La evito, la esquivo, reniego, pero la caja sigue ahí. Y lo mejor de todo es que normalmente, cuando nos armamos de valor y abrimos la tapa, detrás suele haber una gran sorpresa esperando. Una vez superado el miedo, una vez atravesada la emoción, está el regalo. El aprendizaje. La llave de una nueva puerta de libertad para nuestras vidas.

Cada paso que damos hacia nuestros miedos, hace caer una cadena. Nos da alas. Nos hace más libres.

¿Qué me traerá la Sole? Mmmm… Imposible saberlo. Por lo menos por ahora. Para eso toca abrir la caja y dejarse sorprender.

Pero, ¿cómo coño se abraza a la soledad? Por de pronto he decido que no voy a ignorarla. A ver si le puedo ir dando pequeños espacios en mi vida. A sorbitos, no de golpe, no vaya a ser que me indigeste de soledad. Algo digerible, aceptable para mis miedos:

  • Veis – les diré- estamos con Sole y no pasa nada

Y, además, he estado pensando una cosa: me acompaña mi soledad, ergo, no estoy sola, ¿no?