El profe me tiene manía

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Cuántas veces hemos pensado que el mundo conspiraba contra nosotros: “es que todo me sale mal, es que ya no sé qué hacer, es que parece que me ha mirado un tuerto”…etc, etc, etc…

Sucede, en no pocas ocasiones, que parece que el profe nos tiene manía y que el universo se ha puesto en contra de nosotros para hacernos la vida imposible.

¿Te suena, no? Vale. Vamos a hacer un ejercicio.  Lo primero, para. Cierra los ojos y siente la inmensidad del universo. Siente el sistema solar;  sus planetas y satélites girando. Sus asteroides y sus agujeros negros. Siente el cielo y sus estrellas. Siente el enorme universo, profundo, colosal, inabarcable. ¿Lo tienes? Vale.

Y ahora, te lanzo una pregunta: ¿sinceramente crees que el universo, en su enormidad, está día tras día conspirando para hacerte a ti, diminuto ser, insignificante pulguita, la vida más difícil? ¿En serio crees que hay un complot judeo- masónico para torturarte día tras día y llevarte a la máxima expresión de sufrimiento? ¿De verdad lo piensas?

Seguro. Fijo que hay reunión de asteroides para determinar las siguientes zancadillas para hacerte la vida más difícil. Seguro que estás el número uno en la lista de prioridades del Club de Bildelberg.

¡Sí hombre!, no tiene otra cosa más importante que hacer el universo que hacerte a TI la vida imposible.

Y, sin embargo, a todos nos pasa. Una o muchas veces sentimos que todo está en contra, pero  ¿qué hay detrás de esto?

Pues sencilla, y llanamente, una de las DORAS más potentes que existe: la víctima.

La víctima es la excusa perfecta para no hacernos responsables de nuestra vida. Es algo así como el perfecto pretexto para seguir culpando al mundo, al universo, al jefe, a la pareja o la vecina del quinto, de que las cosas no marchen bien.

Sencillamente es más cómodo responsabilizar al resto del mundo de que no somos felices que a nosotros mismos. Es más fácil, porque esa actitud no nos obliga a mirar dentro de nosotros las conductas que hacen que una y otra vez tropecemos con la misma piedra.

Esa piedra está ahí puesta para que aprendamos. Para nada más. Y si se repite, es porque la lección todavía no está aprendida. No es que el profe nos tenga manía, es que la vida nos está dando una y otra vez la oportunidad de aprender la lección. A pesar de que nos pongamos testarudos y tozudos, nos das infinitas posibilidades de presentarnos a la reválida ¿No es increíble?

Ese universo contra el que juramos en ocasiones por ser despiadado, nos da una y otra vez la oportunidad de aprender.

Y me podréis decir, ya, pero es que yo no quiero estar aquí. Bueno, pues quizá es lo que toca. Precisamente, lo que más nos cuesta, el sitio que más incómodo nos resulta, suele ser el que más nos catapulta en la vida, el que mayor aprendizaje encierra.

Así va el tema, ni más ni menos.

Habrá quien piense que su vida ha sido un horror. No le quito razón. Hay circunstancias que nos han pasado que son duras, es así.

Sin embargo, frente a eso, pueden adoptarse dos posturas muy claras y diferenciadas.

La primera es enrocarse en la herida. Me pongo la capa de víctima y clamo al cielo por pedorro durante el resto de mi vida. Y más aún. Utilizo la excusa de haber sido dañado como salvoconducto para hacer lo que me dé la gana, incluso para ser un tirano. Es la justificación para todo; “como me han hecho daño y estoy herido…”

La segunda es mucho más sana. Si algo doloroso ocurre, lo siento, me meto de lleno en el dolor, lo atravieso, lo transito y de pronto, cuando más insoportable parece, todo se desvanece, y el dolor es un recuerdo. Y la herida ha cerrado. Queda la cicatriz, claro, ha ocurrido, pero la herida está curada.

Y cuando se opta por la segunda opción, se aprende. Si se le pregunta al universo “para qué”, en vez de “por qué a mí”, él nos dará una respuesta. La vieja que habita en nuestro interior nos dará una respuesta.  Y entenderemos cuál era el aprendizaje.

Y entonces sí, entonces nos daremos cuenta, de que el profe, efectivamente, no nos tenía manía.

P.D: Gracias a Carmen por darme las pistas y a Mónica por poner nombre a esta post.

Matar a las Doras

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Me cuenta una amiga que calza una buena ración de Miss Perfect que tiene ganas de poner a la señorita en un tren rumbo a muy lejos y perderla de vista para siempre.

Sí, es cierto que lo primero que le nace a uno de las entrañas es mandar a paseo a sus Doras y no verlas nunca más ni en pintura, pero la cosa no funciona así. Las Doras, nos guste más o menos, son parte de nosotros. Mandar a paseo a la señora sería tanto como amputarse una mano.

No se trata de matar a las Doras. Además, eso es sencillamente imposible. Cuando uno intenta ocultar, aniquilar, borrar o hacer desaparecer a su Dora, ésta, sencillamente, se hace más fuerte. Es como subir la música para no escuchar el ruido que hace el vecino. Podemos no oírlo, pero el ruido, sigue ahí. Más aún, si intentamos hacerle una aguadilla a nuestra Dora, lo más probable es que está salga del agua con más fuerza, y encima, enfadada por la jugarreta. Intentar negarla, es tanto, insisto, como hacerla más fuerte.

Además, aunque nos parezca mentira, cada una de nuestras Doras tiene un por qué, y nos ha sido muy útil en algunos momentos.

Es cierto que mi Miss Perfect puede ser un auténtico peñazo en muchas ocasiones. Me ha llegado a agotar, a llevar al límite, ha hecho que me boicotee a mí misma en muchas ocasiones y que no valore algunas de mis hazañas, pero ha sido ella, precisamente, el motor de muchas metas alcanzadas. Ha contribuido a que haga, a que no me quede esperando a que las cosas pasen. Le ha puesto ganas y mimo a algunos menesteres que he tenido entre manos. En ocasiones, mi Miss Perfect, me ha echado algo más que un capote.

Entonces ¿qué hago con mis Doras más incómodas?

Se trata, primero, de reconocerlas. Verlas es el primer paso para que no sean ellas las que lleven las riendas. Sólo con el mero hecho de coger distancia y no identificarnos plenamente con ellas, sino viendo que es una parte nuestra, la Dora, ya se modifica. Mi Miss Perfect, por ejemplo, se reblandeció sólo por el hecho de ser descubierta, algo se modificó en ella.

A las Doras les va bien que les demos espacio. Una vez detectadas, puede incluso, que a veces tengamos que dejar que cojan ellas el timón. Lo interesante, entonces, será ser conscientes de que están al mando y de que nosotros hemos dado un paso atrás. Cuando esto ocurre, como a todo en la vida, es bueno ponerle una pizca de humor: “mira, ya está la tía esta con la matraca de que puedo hacerlo mejor”, piensas, y activas el modo sonrisa. Y le dejas: “Vale, vamos a mejorar esto un poco, pero sólo un poco más”.

Y ahí va otra clave: negociar con ellas. Dejarles hacer, pero poniendo un límite, para que no nos agoten.

Poco a poco algo mágico ocurre. La petarda de la Dora en cuestión ya no es tan petarda. Le hemos mirado a los ojos y quizá hayamos reconocido cuál es su miedo, su herida, por qué, por ejemplo, necesita ser tan perfeccionista. Y empatizamos con ella. Y la miramos con más ternura. Y, voilá, algo vuelve a cambiar. La Miss Perfect ya no es tan dura, ni tan exigente.

Se siente reconocida. Vista, valorada. Y nos devuelve la sonrisa.

Y aquí llega el momento más increíble. Que uno empieza a amar a sus Doras. Y empieza a ver que no eran tan terribles. Que simplemente han intentado protegernos del mundo, de lo que ellas consideraban que era una amenaza.

Y el lado oscuro, ya no es tan oscuro. Y ya no queremos montar a nuestra Dora en un tren rumbo a Tombuctú.