Miss perfect

¿Quieres escucharlo? Pincha aquí

 

Os la presento (a Miss Perfect, claro). Ella es alta, más bien espigada. Lleva el pelo recogido en un moño alto, jersey de cuello vuelto y falda de tubo; además de unas gafas de pasta que le caen estratégicamente hasta el puente de la nariz cuando necesita mirar a alguien por encima de la montura y asesinarlo con un rayo exterminador que sale de sus ojos.

Parece que de pequeña se tragó una escoba (o entro por alguna otra parte de su cuerpo) por lo que anda estirada como una vela y en su mano derecha tiene una fusta que usa con los demás, pero sobre todo con ella misma.

¿Os hacéis una idea, no? Un híbrido entre la Señorita Rotenmeyer y una sádica despiadada.

Sí, así es Miss Perfect y con ella convivo hace ya demasiado tiempo.

En el post anterior abrimos una caja, mi particular caja de panDORAs, y ella, es una de esas mujeres que habita en mí y que en ocasiones me hace la vida insufrible.

Miss Perfect es una perfeccionista extrema. Es esa voz que se oye en ocasiones y que dice cosas del pelo de: “esto es una mierda” o “no vales nada” o “lo puedes hacer mucho mejor”.

No hablo del espíritu de superación que nos hace seguir caminando y haciendo mejor las cosas en el día a día, no. Hablo de una tirana que jamás está satisfecha con lo que hacemos. Critica nuestro trabajo, cómo nos relacionamos con los demás, cree que tenemos que estar más guapas, ser más altas o tener los ojos más azules. Pide lo imposible y jamás, nunca, está satisfecha.

Si le das una estrella, te pedirá la luna y si no le paras los pies a tiempo, es capaz de llevarte al máximo agotamiento, de sacarte hasta la última gota de sangre para conseguir llegar a una meta imposible de alcanzar.

A mí me tiene frita la señora. En mi caso, todavía le permito sacar la fusta y mantenerme a raya muchos días, lo que hace que mi capacidad de gozar de la vida se limite. Y mucho.

Ella mantiene viva esa sensación perenne de que podíamos haberlo hecho algo mejor, de que lo que estamos dando al mundo, no es suficiente. Es como si le hubieran inoculado el virus del inconformismo para con ella misma.

No creáis que tengo mucha idea de cómo limar asperezas con la susodicha, aunque atisbo algunas pistas que creo me llevarán a buen puerto.

La primera es una sensación de que lo que en verdad esconde esta tremenda mujer es una inseguridad directamente proporcional a la severidad que se/me aplica.

Esa obsesión por mejorar no deja de esconder una falta absoluta de seguridad en sí misma, en lo que  hace y en los múltiples recursos y herramientas que tiene (que son muchas).

¿Miedo? Es probable.

Quizá miedo a no ser aceptada y querida por los demás si no hace lo que cree que se espera de ella (que es mucho, claro).

Y llegados a este punto es donde os propongo un antídoto contra vuestra Miss Perfect particular: la aceptación. La madre de todos los corderos.

Aceptarnos. Aceptarme. En toda su amplitud. Incluido, por supuesto, el lado oscuro. Aceptar mi  mala leche, mis manías, y comeduras de tarro. Aceptar mis traspiés y mis tremendas meteduras de pata, incluso la más gorda, sí, esa que sale en la cena de navidad, año tras años, y nos tiñe de rojo- berenjena los mofletes.

Aceptarme sin miedo a ser rechazada por ser como soy. Y si alguien lo hace, será probablemente una persona que no sea capaz de amar sus propios errores.¡Al cuerno! No merece la pena.

Aceptar, en definitiva (y menos mal) que no soy Miss Perfect.