Doña prisa

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En mi lista de buenos propósitos para este año no está dejar de fumar, ni comer más sano. No está engordar mis raquíticas nociones de inglés, ni siquiera hacer más deportes. En mi lista de buenos propósitos para este año sólo hay un deseo: ir más lento.

DES PA CI CO

El asunto no es fácil, seamos sinceros. Estoy acostumbrada a ir como pollo sin cabeza; con el reloj pisándome los talones. A mis días les faltan horas para poder cumplir con mis quehaceres y casi siempre me acompaña doña prisa.

Soy algo así como el conejo de “Alicia en el país de las maravillas”. Siempre llego tarde.

Sí, algo parecido al conejo; menos peluda y sin paraguas, pero, por lo demás, igualitos. Incluso creo que muchas veces llevo también la cara de loca desorientada. Y, creedme, es por culpa de la prisa.

Hay varias evidencias inequívocas, pruebas irrefutables de que uno ha sucumbido al ritmo imperante e infernal.

El primero es el recurrente qué coño estaba haciendo yo. Sucede de pronto cuando abres la nevera y te preguntas qué estabas buscando. Entonces revisas balda a balda; escudriñas entre puerros, yogures y lechugas en busca de una pista que te conduzcan a tu destino. Miras alrededor, vuelves a mirar el frigo y finalmente cierras la puerta: “ya me acordaré”.

Esto pasa por hacer veinte cosas a la vez y pensar en otras veinte mientras tanto.

El segundo sensor de las prisas es una situación que nos ha pasado a todos. Yo la definiría como el voy a hacer un recado y me olvido el recado ¿Un ejemplo? Voy al banco a hacer un ingreso y me olvido el número de cuenta.

Demasiados recados, demasiados compromisos, demasiados posits en la nevera.

A mí me pasa frecuentemente. Convivo con esa sensación de no abarcar. De meterme en la rueda, de dejar arrastrarme por la inercia encadenando minutos y más minutos para terminar el día agotada.

Así que he que decidido que paro.

Sí, sé lo que estáis pensando. Que es muy fácil decirlo, pero que el día a día arrastra. Es cierto, está sociedad está diseñada para convertirnos en perfectos pollos sin cabeza, pero también creo hay margen de maniobra porque parte de esa prisa está dentro, no fuera.

La hemos hecho nuestra, la hemos normalizado e incluso, la podemos llegar a echar de menos.

Hoy he experimentado la delicia de ir despacio, acompasada con el ritmo vida, y es un verdadero placer.

Uno le saca jugo al minuto, y, sobre todo, percibe más. Andando despacio se ven más cosas y la vida no pasa tan inadvertida.

Así que voy a intentarlo, que no quede. Me propongo llenar más minutos del deleite del fuego lento, que las cosas masticadas a conciencia dejan mejor sabor de boca.

Lo dicho, piano, piano.