Una pingüina en África

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Últimamente ando más perdida que una pingüina en África.

Convivo con esa sensación de “no sé por dónde me da el aire”;  de caminar sin rumbo como si no supiera hacia dónde voy. De vagabundear sin dirección.

Vamos, más perdida que un payaso en un velatorio o un sordo en un tiroteo (escoged la expresión que más os guste)

Es como si, de pronto, hubiera perdido la toma tierra y anduviera por terreno pantanoso.  Seguro que os ha pasado alguna vez;  seguro que se lo habéis comentado a algún amigo: “No sé qué me pasa, últimamente ando muy perdido”

Y lo curioso es que alrededor, aparentemente, nada ha cambiado. No hay una razón objetiva para esa sensación de estar sin norte: el suelo de casa sigue en su sitio, el autobús para en la misma marquesina y  tu madre te sigue llamando por teléfono en el momento más inoportuno.

Todo, en apariencia, está en su sitio. Pero y entonces ¿qué es lo que me pasa doctor?

La buena noticia es que no me pasa nada malo. Estoy, sencillamente, es un proceso de transición. Vamos, mudando parte del alma.

Aceptamos que salga el sol y se haga de noche. Que llegue el frío invierno para dar paso a la primavera. Aceptamos que la vida es cíclica y cambiante,  pero nos cuesta, en ocasiones, aceptar que nosotros mismos estamos cambiando.

Esa sensación de estar en tierra de nadie no es sino un síntoma de que algo dentro de nosotros está cambiando. Mutando. Transformándose.

Pasa constantemente y muchas de las veces lo hace casi de manera inadvertida, pero si uno coge una foto de hace diez años y la mira, además de horrorizarse por el corte de pelo que llevaba, piensa: “Ay, como hemos cambiado”

Ese proceso no ha ocurrido de la noche a la mañana, sino que ha ido pasando poco a poco, con pequeños cambios;  se ha ido cosiendo de  pequeñas mutaciones del alma, de elecciones, de autoenmiendas, aciertos y errores.

Así que si sentís que estáis más perdidos que un piojo en una peluca, ¡felicidades! Estáis haciendo una limpieza de armario interno.

Quizá os estéis desprendiendo de un hábito, de una manera de hacer o de una creencia, pero sea lo que sea, es viejo y ya no sirve.

Esa es la buena noticia; no pasa nada raro. No os vais a quedar en el limbo de la peregrinación a ningún sitio, no os van a salir granos verdes, ni se os va caer el pelo (no por lo menos por este motivo)

La mala noticia (si se puede decir que hay una parte mala en esto de mudar lo de dentro) es que el proceso necesita de un tiempo, y hay que dárselo.

La sensación de vagabundear no le gusta a todo el mundo, sobre todo a las personas como yo, impacientes de fábrica

(Señor, dame paciencia, ¡YA!)

Pero como no se le puede pedir a la primavera que llegue antes (a no ser que sea a golpe de cambio climático), tampoco se le puede pedir a alma que acelere los tiempos. Las cosas de palacio van despacio.

Así que si ahora, o dentro de poco, os sorprendéis diciéndole a un amigo eso de: “ando más perdido que….” pensad que simplemente algo está cambiando dentro de vosotros.

Y lo cierto es que el momento, aunque pueda resultar un poco incómodo, está lleno de posibilidades porque cuando uno descarta algo viejo, tiene que sustituirlo por algo nuevo, y el horizonte está lleno de propuestas interesantes.

Así que abrochaos el cinturón y disfrutad del viaje a ninguna parte.

P.D: Nos dejo de ver monjas a pares allá por donde voy

Qué daño nos hizo Walt Disney

Imagen Walt Disney

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Entendedme. No es que tenga nada personal contra este señor, que en paz descanse (o  que descanse criogenizado, como él guste), pero tela. Tela marinera.

Hemos crecido pensando:

1.- Que somos princesas

2.- Que nuestra historia de amor está llena de percances insalvables, brujas malvadas, manzanas con veneno, escollos, trabas, trampas…y esto entronca con la tercera)

3.-…pero que nuestro amor todo lo puede y al final, a pesar de los pesares, seremos felices para siempre.

4.- Que nos casaremos, tendremos niños y comeremos perdices.

Vaya por delante, Señor Disney,  que a mí no me gustan las perdices, pero, dejando la anécdota culinaria a un lado ¡en qué estaba usted pensando!

Durante años hemos ido interiorizando, en un goteo constante a modo de películas  (y otros muchos formatos y canales), una idea errónea de cómo tiene que ser una relación. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Ni en fondo, ni en forma. Lo de la forma está claro. Nada de un cazador que se enamora de un príncipe o una bruja de un sapo. Nada de irse juntos con las mochilas a recorrer mundo. Nada de amar los defectos del otro (porque son perfectos). Nada que se salga del tradicional chico conoce chica, se enamoran locamente, se casan y tienen bellos y rollizos churumbeles… (y otra vez el plato de perdices.)

Pero y el fondo. ¿Qué nos estaba diciendo el señor Walt Disney? Pues nos decía: mira, reina,   espera cien años dormida agarrando entre las manos una rosa a que venga un maromo vestido con mallas azules a plantarte un beso con el que despiertes de tu letargo y vuelvas a la vida. Insisto. Tela.

Y creedme. El daño está hecho. Y una, que se piensa y siente progre, liberada de las cadenas que han subyugado a nuestras madres, abuelas y antecesoras en general…un día se sorprende diciéndole a su pareja: “pero es que TIENE que ser así”.

Y ese TIENE lleva implícita, escondida, la huella de Walt Disney. Si una escarba un poco, la encuentra.

Está claro que ya no esperamos al príncipe azul que llega con elcorcel a salvarnos de la torre. Pero todavía perviven algunos de los patrones, las viejas ideas de cómo tiene que ser una relación de pareja. Se escapan de vez en cuando detrás de un “hombre, pero eso es de sentido común”  o un “no se da cuenta de que así no se hacen las cosas”.

Detrás, si miras detrás, está él: el señor Disney.

Y si esas ideas no se flexibilizan, o- directamente- se disuelven, corremos el riesgo de no ser felices. De buscar una y otra vez una media naranja que nos prometieron y no existe. De perseguir una relación “perfecta” en la que no tengamos ni que decir las cosas porque al otro, con mirarnos a los ojos, le basta.

La naranja ya está completa: somos cada una de nosotras y nosotros y más nos vale aceptar que ni nosotros, ni nuestra pareja, ni nuestra relación es “perfecta”.

Y, además, sino, que soberano aburrimiento ¿no? (por mucho que lo diga Walt Disney)